No sé por qué llegué aquí, unos lo llamaran destino y otros
casualidad. Sin embargo sí sé para qué, vine a dar guerra. Y hasta ahora, estoy
consiguiendo mi objetivo.
Un 12 de mayo de 1995 en un pequeño pueblo de Badajoz, a las
12:05 horas nació la pequeña Ruth, osea yo. Bastante fea pero bien alimentada,
eso sí. Lógicamente no traje ningún pan
debajo del brazo porque si lo hubiese tenido, también me lo hubiese comido yo.
A cambio traje sonrisas y felicidad para todos, pues siempre he sido un encanto
de niña. Viva la modestia.
A mis dos años más o menos era una niña con cara redonda, nariz chata y pelo rizado (monísima por cierto) más mala que la tiña. Sinceramente, a día de hoy, sigo dudando sobre cómo me aguantaban mis padres. Ni yo, que me amo, me hubiese aguantado. Sin duda, eso es paciencia. También tengo que admitir que cada vez que me recuerdan alguna de mis trastadas rompo a reír. Tenía mucha clase, todo hay que decirlo.
Y tal y como dicen en La vida es bella: "toda fábula tiene dolor" y, por ello, vinieron mis años malos de los cuales decidí hablar lo menos posible y solo con las personas adecuadas, entre otras razones porque creo que hay momentos a los que es mejor no dar importancia, aunque la tengan. Es la página en blanco de mi historia y así seguirá siendo. Pero como siempre, de todo lo malo se aprende algo bueno y llegó el momento en el que me di cuenta de que todo lo que había pasado era por algo y lo vi claro. Desde entonces las cosas han cambiado mucho. Y por no hablar de lo que he cambiado yo. Imagino que para que una persona se defina hace falta que aprenda y que tenga experiencias de todo tipo y justo eso me ha pasado a mí. Y a mis 18 años, puedo decir que me alegro, sinceramente, de todo lo ocurrido porque gracias a eso soy como soy, con mis virtudes y defectos, pero sin dejarme llevar por nadie.
Pasé los primeros años de mi vida limitándome a comer y a
dormir, era lo único que hacía. Yo engordaba, engordaba y engordaba. Era muy
feliz. La pediatra le decía a mi madre que me pusiese a dieta pero nada, era
imposible recortarme sin que montase un espectáculo. Como podéis imaginar, no
he sido normal desde el primer día de mi vida. Pero ¿quién lo es? La gente
normal no debería de existir.
A mis dos años más o menos era una niña con cara redonda, nariz chata y pelo rizado (monísima por cierto) más mala que la tiña. Sinceramente, a día de hoy, sigo dudando sobre cómo me aguantaban mis padres. Ni yo, que me amo, me hubiese aguantado. Sin duda, eso es paciencia. También tengo que admitir que cada vez que me recuerdan alguna de mis trastadas rompo a reír. Tenía mucha clase, todo hay que decirlo.
Y así se largaron mis
primeros años. Más tarde se podría decir que me convertí en un ser contrario a lo
que era. Me volví una niña tímida, sensible y sobre todo muy prudente. Era ese
tipo de niña “buena” por así decirlo que no molestaba, que leía, hacía las
tareas, estudiaba… Era un ejemplo de niña. Transcurrió mi infancia como una
época muy feliz. Tengo grandes recuerdos en ella y en especial de mis
vacaciones. He estado yendo cada año a la misma playa, al mismo pueblo, viendo
a la misma gente, los mismos lugares, etc y sin embargo, no me he cansado sino
que por el contrario me alegraba, era como mi desahogo particular. ¿Por qué?
Pues bien, como ya he dicho, era una niña muy reservada y cuando era pequeña me
encantaba llegar allí, saber que allí podía hacer lo que quisiese y que nadie
dijese nada. Era llegar y dar un cambio radical, me volvía una niña alegre a la
que no le importaba desatar su alegría en la calle. Además de esto, he de decir
que en mi infancia influyó mucho una persona que por desgracia hoy no está con
nosotros. Las vacaciones no han sido lo mismo sin él, he de reconocerlo. Pero
volver al mismo lugar año tras año hace que lo sienta más cercano y seguramente
no sea la única que piense igual. Como podéis ver además de este cambio,
también mi peso disminuyó y me convertí en una chiquilla escuálida.
Y tal y como dicen en La vida es bella: "toda fábula tiene dolor" y, por ello, vinieron mis años malos de los cuales decidí hablar lo menos posible y solo con las personas adecuadas, entre otras razones porque creo que hay momentos a los que es mejor no dar importancia, aunque la tengan. Es la página en blanco de mi historia y así seguirá siendo. Pero como siempre, de todo lo malo se aprende algo bueno y llegó el momento en el que me di cuenta de que todo lo que había pasado era por algo y lo vi claro. Desde entonces las cosas han cambiado mucho. Y por no hablar de lo que he cambiado yo. Imagino que para que una persona se defina hace falta que aprenda y que tenga experiencias de todo tipo y justo eso me ha pasado a mí. Y a mis 18 años, puedo decir que me alegro, sinceramente, de todo lo ocurrido porque gracias a eso soy como soy, con mis virtudes y defectos, pero sin dejarme llevar por nadie.
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