
Qué mal me sienta saber que no
soy yo a la que le das las buenas noches. Qué poco duermo desde que tampoco soy
a quien le das los buenos días. Qué triste es saber que un día inesperado
decidiste llamar princesa a otra que seguramente te llame rey, pero no lo
sienta. Y yo, mientras, me consumo esperando a que mañana, pasado, la semana
que viene o dentro de dos meses vas a volver a caminar pegado a mi espalda
mientras me dices que puede acabarse el mundo justo en ese instante porque
estamos juntos. Me consuelo pensando que como tantas otras veces eso va a ser
así, pero hace tiempo que sé que tu cama sigue deshecha por tantas a las que no
has conseguido desnudar mientras las miras como me mirabas a mí. Y, joder, cómo
duele pensar que tú, el mismo que llenó cada hueco de soledad que había en mí,
que me hizo cosquillas en el corazón y me coordina la vida con esa forma de ser
tan distinta a la mía que hace que nos compensemos y seamos uno, tú, hoy no estés
arrancándome ni la ropa ni una triste sonrisa. Tú haces que lo nuestro sea una
sincronía entre corazón y razón. Pero del mismo modo que entraste en mi vida,
hoy, tratas de salir: precipitada y atropelladamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario