
Te odio porque puedo quererte más
que a las razones por las que olvidarte. Y eso, en parte, es lo más difícil a
lo que me he enfrentado. Tú nunca fuiste sencillo y yo me descarriaba del mismo
modo que lo hace un tren sin frenos. Cuesta arrinconar sentimientos que estoy
segura que siguen aferrándose a la vida como el soldado que sabe que esta
guerra está perdida. Pero aún lamento más que, al echar la vista atrás, sigas
haciendo música con mi interior. Mi cuerpo, piano con el que tus manos
componían las canciones más bonitas del mundo. Fuiste el Schumann de mi vida en
un concierto que llegaba al final.
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